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En restos humanos datados hace 3.200 años en Egipto ya se ha podido constatar la presencia del cáncer, una de las enfermedades más mortíferas de nuestra especie y un enemigo que, además, no está causado por un agente externo, sino por un comportamiento anómalo de nuestras propias células (aunque hay algunos casos provocados por infecciones como las causadas por los virus de las hepatitis B y C y el del papiloma humano). 

En todos estos años se ha avanzado mucho en su tratamiento y, sobre todo, en las tasas de supervivencia, gracias a la concienciación y detección temprana, aunque la mortalidad sigue siendo especialmente alta en los de pulmón, hígado, estómago, colon y mama. Sin embargo, aún es la enfermedad más mortífera de todos los tiempos y el número total de casos no deja de crecer: según la OMS, pueden llegar a superarse los 20 millones de casos anuales en la próxima década. 

También este 2020 ha sido la principal causa de fallecimientos, con más de 10 millones de muertes en el mundo, aunque el COVID-19 le ha quitado visibilidad (unos dos millones hasta el momento) y también atención mediática, así como recursos hospitalarios. Esto último, afortunadamente, no tanto a los pacientes ya diagnosticados, que en casi todos los casos, han podido continuar con sus tratamientos de manera fluida, sino en esa detección temprana de los tumores que mencionábamos arriba y que puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte. Así, como alerta la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC), parece que el número de nuevos pacientes ha descendido en España un 21% en los meses del confinamiento respecto al mismo periodo en 2019, lo que significa que los diagnósticos y el inicio del tratamiento a nuevos pacientes se han ralentizado, ya sea por falta de recursos sanitarios o por el temor de los pacientes a asistir a centros médicos. 

En este periodo los oncólogos, también, han tenido que reinventarse y atender a sus pacientes por teléfono o por videollamada, lo que ha agilizado muchos de los tratamientos y ha permitido continuar la atención de aquellos que ya estaban en proceso de tratarse. Sin embargo, las pruebas clínicas siguen siendo obligatoriamente presenciales (TAC, radiodiagnóstico, ecografías…), y la asistencia a los centros hospitalarios por tratamientos de quimioterapia o radioterapia también, con las posibles consecuencias que pueden traer en cuanto a contagios de COVID. No olvidemos que el cáncer es un factor de riesgo para sufrir consecuencias severas en caso de contagio. 

La situación es, sin duda, complicada. En Alegra Salud estamos comprometidos con el diseño y desarrollo de soluciones tecnológicas que den apoyo tanto al profesional como al paciente en el proceso de detección, tratamiento y recuperación, como Cuídate, la herramienta de rehabilitación pulmonar para pacientes con cáncer de pulmón, que permite su monitorización por parte del sanitario, así como la vigilancia del tratamiento y seguimiento de hábitos diarios. O la solución de networking entre profesionales específica para la especialidad de oncología: Oncomparte, que facilita el trabajo colaborativo entre farmacéuticos oncohematológicos.

Si bien el seguimiento humano y la intervención temprana siguen siendo la clave para la detección y recuperación, sin duda en los próximos años veremos cómo cada vez más la tecnología toma un papel relevante también aquí, y que inteligencia humana y artificial, juntas, lograrán grandes avances respecto a esta enfermedad.