Parece que las sociedades empiezan a desperezarse, lentamente, tras la última ola de la pandemia. La incidencia disminuye, y sobre todo lo hacen los casos graves, pero el virus sigue ahí, muy presente, en especial para quienes lo han pasado y tienen algunas secuelas más o menos graves.
Los servicios sanitarios tienen ahora el doble papel de atender a quienes lo sufren y de no perder de vista a quienes lo sufrieron. No está aún claro cuántos y de qué, pero según ya indicaban estudios del año pasado, muchos pacientes seguían teniendo síntomas como fatiga, debilidad muscular o dificultades para dormir varios meses después de haber pasado la enfermedad. En España se estima que el porcentaje de personas con secuelas tras haber estado infectadas de covid es de alrededor del diez por ciento. Sobre todo se trata de dificultades respiratorias que afectan al cansancio o que acarrean problemas para dormir, pero también se han detectado trastornos motores, problemas de memoria o trastornos neurológicos. Y eso sin contar a quienes pasaron largas estancias en el hospital, en unidades de críticos, en que la inmovilidad y la respiración asistida pueden haber causado daños adicionales.
Los equipos de medicina y enfermería intentan prepararse, y no solo en el plano clínico, sino también en el administrativo y asistencial. Por supuesto, para ello sería fundamental empezar por un repositorio de historiales clínicos digitalizados común, con datos de los pacientes, sus síntomas, la duración de su caso, sus características y los tratamientos aplicados, así como el seguimiento previsto a medio plazo. Un segundo paso sería analizar todos esos datos para establecer patrones y diseñar protocolos de actuación dentro de un plan general que, por otro lado, pueda ser adaptable a cada paciente.
Parece fácil, y la tecnología está a día de hoy disponible, sin embargo su implementación no parece tan cercana, debido a problemas burocráticos y a la mezcla de sistemas públicos y privados que no siempre son compatibles (siempre tecnológicamente hablando). Dejando a un lado los casos más graves, que por supuesto deberán tener una vigilancia estrecha, atenta y, siempre que sea posible, en persona, también es necesario controlar a los de riesgo medio y secuelas leves, pero presentes. En estos casos el seguimiento telefónico puede ser una opción, pero una opción más eficiente (también en costes para los operadores sanitarios) son los asistentes digitales. Un sistema basado en inteligencia artificial donde, por ejemplo, el usuario puede introducir sus datos a diario (por ejemplo patrones de sueño, dificultad respiratoria, cuestiones relacionadas con la salud mental…) y que incluso se podrían combinar con sistemas de sensores inteligentes domésticos. Todo un seguimiento completo que el responsable clínico puede consultar periódicamente y pautar, desde ahí, posibles tratamientos.
Si tenemos claro que la pandemia no acaba aquí, aprender convivir con lo que nos ha dejado de la forma menos invasiva posible es la opción más inteligente.