Podemos decir que uno de los males de nuestro tiempo, y de nuestra sociedad, es la ansiedad. La mayoría la hemos sentido o sabemos identificarla perfectamente en otros. Y no se da solo en los adultos, sino también, cada vez más, en los niños. Casi sin excepción, muchos de ellos han tenido esta sensación, difícil de explicar para ellos especialmente en ciertos momentos de su desarrollo, cuando empiezan a percibir los cambios en su cuerpo y en su entorno.
Según datos de UNICEF, más del 13% de jóvenes entre 10 a 19 años padecen un trastorno mental, de los cuales un 40% estaría relacionado con ansiedad o depresión. Incluso más jóvenes, este tipo de trastornos son los más frecuentes, por encima de otros problemas, por ejemplo de falta de atención.
Pero la ansiedad no siempre es un trastorno en sí, sino más bien episodios aislados que, si se cronifican y llegan a convertirse en algo más serio pueden provocar -y al mismo tiempo son resultado de- fracaso escolar, tensiones sociales, preocupación excesiva por el aspecto físico, abuso de sustancias, etc. No siempre es fácil identificarla. No olvidemos que, además de alteraciones en el comportamiento, la ansiedad puede aparecer con sintomatología corporal como taquicardia, falta de aire, hiper o hipotensión, palpitaciones y otros signos que deberán ser evaluados por el médico, para determinar su naturaleza.
Por otro lado, deben llamar la atención cambios o problemas en las áreas de la alimentación y el apetito, el desempeño escolar, el nivel de actividad, el estado de ánimo o en las relaciones con la familia o los amigos. A esto se suman algunas investigaciones que apuntan a que los niños con algún familiar directo (padres, hermanos y abuelos) con episodios de ansiedad tienen más riesgo de padecerla, por lo que la vigilancia en estos casos sería especialmente importante.
Pero lo que parece claro es que, si estos trastornos de ansiedad son habituales en la infancia, hay bastantes probabilidades de llegar con ellos a la etapa adulta, a cronificarse y, en algunos casos extremos, a empeorar y derivar en problemas incluso más serios como la depresión. Y es que en los trastornos de ansiedad es frecuente la comorbilidad, es decir, la coexistencia de otros males como la depresión. De hecho, según el estudio Ansiedad en la Infancia y Adolescencia publicado en Pediatría Integral, un 33% de los niños y adolescentes con trastornos de ansiedad cumple criterios para dos o más trastornos de ansiedad, y en rango variable se encuentra comorbilidad con otros trastornos psiquiátricos, fundamentalmente con depresión.
En toda Europa existen unos 30 millones de pacientes mentales con depresión crónica, y se estima que en todo el mundo habría alrededor de 350 millones de casos. El lema del Día Europeo de la Depresión, celebrado recientemente es «Emergencia y depresión: reconocer y tratar». Y, como decimos, más aún en el caso de los niños, con servicios de atención pública y educación parental para valorar este tipo de indicios como corresponde. Solo así evitaremos una sociedad adulta más feliz, equilibrada y preparada para adaptarse a los cambios.
Desde los servicios de Alegra Salud, podemos ofrecer soluciones en el ámbito del bienestar emocional, tanto para la identificación de estos síntomas en un estado inicial, como para establecer hábitos que ayuden a mejorar el estado anímico. Siempre de la mano de profesionales sanitarios, se han desarrollado, por ejemplo, herramientas para la respiración consciente que, utilizadas de forma periódica, puedan aliviar los síntomas como taquicardia y falta de aire, y como consecuencia, aportar tranquilidad para afrontar las situaciones diarias.