La proliferación de aplicaciones móviles de todo tipo ha experimentado un impulso brutal en los últimos años. Tenemos apps para divertirnos, para trabajar, para poner en marcha la aspiradora, para conversar con amigos o para vigilar nuestras finanzas. También hay muchas relacionadas con nuestra salud, desde las más básicas (contar pasos, controlar el peso, seguir el ciclo menstrual o decidir qué comemos) hasta otras más específicas pensadas para el seguimiento de enfermedades crónicas, asistencia psicológica o interactuar con médicos de referencia.
Entre ellas hay distintos grados de profesionalidad. Si bien algunas son más bien lúdicas o sirven para compartir con amigos o para que los más jóvenes aprendan nociones básicas del cuidado de la salud, hay muchas otras que se encuadrarían más bien en el segmento del healthtech o tecnología aplicada a la salud, donde estas aplicaciones son, o pueden ser, sencillamente la parte más visible de todo un desarrollo tecnológico, una plataforma integrada de un hospital o un centro de salud o la manera de recoger datos científicos para investigación y análisis. Podemos dividirlas en:
Apps para los pacientes: les ayudan a gestionar su enfermedad, ya sea crónica o puntual, dándoles pautas generales a seguir, y les ofrecen herramientas para rastrear su historial y su información.
Apps para el personal sanitario: desde herramientas de colaboración que permiten trabajos conjuntos entre personas de distintos lugares hasta información directa de los pacientes o videollamadas con éstos.
En todas ellas el activo más importante son, siempre, los datos. Unos datos que en estos casos son extremadamente sensibles por su propia naturaleza médica y que, como tales, deben ser recogidos, transferidos, evaluados y tratados con las pertinentes garantías de seguridad. Esto implica, además de realizar una cuidadosa auditoría previa de las necesidades y del mercado y de formar a los usuarios para que no corran riesgos innecesarios, ya sean pacientes o profesionales, cumplir las normativas correspondientes tanto locales como de la Unión Europea,
Los requerimientos actuales en en España se basan en el Libro Verde sobre Sanidad móvil de la Unión Europea, que ha sido la base de distintivos tan reconocidos como el Distintivo App saludable de la Junta de Andalucía, principal recomendación seguida por nuestra marca en sus proyectos profesionales
Somos los desarrolladores, como Alegra Salud, quienes debemos garantizar la estabilidad de la tecnología y su conformidad con la legislación. Por el bien de todos.
En la atención sanitaria la seguridad es una de las premisas principales: la seguridad de los establecimientos, de los procesos, por supuesto de los pacientes y los profesionales, y, también, de los datos.
En el mundo de hoy, en que los dispositivos de toma de muestras, revisión y análisis son cada vez más inteligentes, los historiales médicos se digitalizan y la atención remota ha llegado para quedarse, está claro que la transformación digital es un hecho. El paciente comparte sus datos -información especialmente sensible, por otra parte- no solo con su médico, sino con los sistemas informáticos del hospital, de la consejería de sanidad correspondiente y con todo el personal intermedio, por lo que las garantías de protección deben ser tenidas en cuenta y abordadas de manera realista pero exhaustiva. Y eso sin contar con las decenas de aplicaciones de salud que proliferan y en las que tan alegremente metemos nuestros datos sin muchas veces verificar siquiera su origen: altura, peso, alimentación, presión sanguínea, alteraciones de la vista o el oído…. Seguro que la mayoría de nosotros tiene una o dos descargadas en su móvil.
El salto en calidad de la sanidad ha sido enorme, precisamente gracias a esta digitalización que agiliza enormemente los procesos y evita fallos humanos, pérdidas de expedientes o confusiones que, en estos casos, pueden suponer una vida. La analítica de datos, más concretamente, no solo sirve para saber quién es cada paciente, todas las interacciones médicas que haya podido tener o patrones en su comportamiento sanitario sino también para prever, por ejemplo, recuperaciones o recaídas. Además, y sobre todo, es útil a una escala mayor: gracias a los datos de salud podemos estudiar tendencias sanitarias en una comunidad, comparar síntomas y tratamientos de manera inmediata y abordar posibles epidemias, como la que acabamos de sufrir, de manera mucho más eficiente y rápida.
Tecnología sí, pero segura
Pero hay que ser cautos, empezando por los profesionales sanitarios: no todos están capacitados para, además de hacer bien su trabajo, manejarse con soltura con estas nuevas herramientas. Tampoco son aptas para todos los pacientes. Pensemos, por ejemplo, en las personas mayores que se han visto abocadas por la pandemia a realizar consultas por videoconferencia cuando ni siquiera saben manejar un ordenador.
Los profesionales de tecnología sanitaria tenemos la obligación de diseñar herramientas que sean útiles para todos, pero que también sean seguras y fáciles de manejar. En Alegra Salud nos tomamos muy en serio el desarrollo de las herramientas de asistencia de uso directo por el paciente, pero también las orientadas al profesional para el diagnóstico y el tratamiento, incorporando medidas de seguridad clínica, mediante sistemas de medición sin contacto que monitorizan a los pacientes con garantías, los algoritmos de cifrado especiales para la historia clínica digital y en movilidades, o sistemas biométricos de caracterización unívoca que permiten evitar errores clínicos.
El verano es el momento, normalmente, en que salimos de nuestro entorno habitual para ir a otro pueblo, a otra ciudad, a otro país (Covid mediante). Donde todo es nuevo y distinto, donde nuestras rutinas ya no sirven y donde, posiblemente, nos falle la orientación en algún momento. Todos conocemos a alguna persona que se orienta de maravilla mientras que otras podrían llegar a perderse en su propio barrio.
Esto último no es habitual, pero tampoco imposible. Junto a los pocos casos de agnosia topográfica o espacial genética (en que el paciente puede incluso ser incapaz de dibujar un plano de su casa), hay muchos otros documentados de pérdida de orientación por accidentes cerebrovasculares o traumatismos craneoencefálicos. Hay diferentes tipos de desorientación: personal (nuestro nombre, nuestra edad, nuestros amigos y familiares); temporal (qué día es hoy o qué estación del año) o la que nos ocupa: espacial. En esta última el paciente desconecta del medio y no puede percibir, reconocer o integrar información espacial. Es decir, se pierde en cualquier parte porque su cerebro no puede reconocer señales o caminos que pueden incluso ser rutinarios para ellos.
Posiblemente se nos venga a la memoria una enfermedad que cursa con episodios más o menos severos de desorientación como es el Alzhéimer. De hecho, esta desorientación es uno de los principales síntomas y un indicador de que el deterioro cognitivo ha comenzado a manifestarse -hasta un 60% de los pacientes la sufre-. Ya, incluso, sabemos por qué: en la degeneración neuronal desarrollada se produce una acumulación en el cerebro de la proteína tau, tóxica para las neuronas, lo que provoca una disminución de las funciones cognitivas y, especialmente, de la memoria y la orientación espacial.
De momento no hay cura para ello, pero la ciencia avanza, ¡y también la tecnología! Los productos y desarrollos de nuestra línea Alegra Mente pueden ser grandes aliados a la hora de acompañar y realizar el seguimiento de las personas afectadas. Por ejemplo, creando un repositorio de datos personales (una especie de ‘cuaderno virtual’) que la persona lleve siempre consigo en su dispositivo móvil y pueda consultar cuando lo necesite. Desde su nombre y dirección a fotos de sus familiares más directos o una alerta para recordarle cómo llegar a casa. También se está trabajando, desde el lado del HealthTech, en aplicaciones de rehabilitación mental, con ejercicios pedagógicos específicos para este fin, o incluso soluciones de localización en prendas o accesorios (como pulseras o colgantes).
Perder el sentido de la orientación es desconcertante y agobiante para quienes lo sufren, ya sea de manera puntual o permanente, y pedir ayuda es clave para la recuperación.
Seguro que alguna vez te has percatado de la cantidad de comida que desperdiciamos. Según datos de la FAO (Food and Agriculture Organization) en Europa un 12% de los alimentos se pierde o se desperdicia en la etapa de manipulación y almacenamiento previa a la transformación, un 5% en la etapa de procesamiento y un 9% en la etapa de distribución y comercialización, ¡y eso sin contar con lo que tiramos en nuestras casas!: unos 170 kg por persona al año solo en España. Y no somos el peor país, en Alemania, Holanda o Francia la situación es aún peor.
El informe Food Waste Index Report 2021 estima que el desperdicio en los hogares, comercios retail y restauración asciende a 931 millones de toneladas anuales, y más de la mitad (570 millones) se produce en el ámbito doméstico. Para evitarlo, las mejores herramientas son planificación, concienciación, ¡y también educación nutricional!
Muchas veces desechamos un alimento por ‘miedo’ o preocupación de que esté caducado o en mal estado. Si son frescos, la vista y el tacto nos pueden ayudan a decidir. Pero incluso así siempre miramos las etiquetas, ¿verdad? Pues se calcula que un 20% de ese malgasto de alimentos se debe a la confusión sobre los datos que aparecen en el etiquetado de los productos y a que aún no tenemos claras las diferencias entre el consumo preferente y la fecha de caducidad.
¿Preferente o caducado?
Dejemos claro, antes de empezar, que puede haber distintas nomenclaturas (la fecha de consumo preferente y la de consumo recomendado son la misma). Hasta ese día, el producto mantendrá todas las características que le definen: sabor, aroma, textura, etc. A partir de entonces, aunque se pueda consumir, ya no se garantizan sus propiedades organolépticas. Así, ingerir el alimento después de esa fecha no implicaría ningún riesgo sanitario.
Por el contrario, una vez superada la fecha de caducidad, el producto no es adecuado para el consumo y no debe tomarse bajo ninguna circunstancia pues sí puede suponer un riesgo para la salud. Además, en caso de ser ingerido, no existe responsabilidad legal alguna del fabricante en cuanto al daño que pueda causar. Difícilmente un producto caducado puede producir la muerte en un país como España, con un sistema sanitario global y avanzado, pero sí pueden darse casos de intoxicaciones o infecciones bacterianas y a veces muy graves, así que cuidado con éstos.
Recordemos que el ODS 12.3 tiene por objetivo reducir a la mitad el desperdicio mundial de alimentos per cápita para 2030 en la venta al por menor y el ámbito doméstico, pero también a nivel industrial y agrícola, ya que este desperdicio no solo complica los sistemas de recogida y recuperación de basuras, sino que además aumenta la inseguridad alimentaria y contribuye a los tres grandes factores del cambio climático: pérdida de la biodiversidad, contaminación y desperdicio.
Apliquemos nuestro granito de arena particular en este sentido con una compra y una gestión de nuestra despensa más racional y consciente.
La comida puede ser un problema para aquellos pacientes que sufran trastornos de la articulación temporomandibular (ATM). Esta articulación se sitúa justo delante de nuestra oreja, y está formada por la mandíbula, el hueso temporal del cráneo, un disco articular y otras estructuras como ligamentos y músculos (como se puede observar en la foto a continuación).
Tenemos dos ATM, y en conjunto trabajan para realizar los movimientos de la boca, que son necesarios para actividades como hablar, reír, tragar saliva, bostezar y masticar. Algunas patologías de esta articulación puede hacer muy complicadas estas tareas, especialmente el comer, ya que puede verse restringida la apertura de la boca de manera tan severa que incluso no podamos llevarnos algunos alimentos a la boca. Otros pacientes pueden tener problemas a la hora de comer alimentos más duros, como pueden ser los frutos secos, carnes o frutas como la manzana, y otros sienten cansancio o dolor si el alimento debe ser masticado muchas veces o la comida se prolonga por mucho tiempo.
Por suerte muchos de estos problemas pueden ser tratados hoy en día. Un fisioterapeuta especializado en los trastornos de la articulación temporomandibular puede ayudar a solucionar estos problemas tras una buena valoración inicial.
Gonzalo Saúco, Fisioterapeuta en Clínica Saúco y colaborador de Alegra Salud